domingo, 31 de enero de 2010

59 centavos el cuarto

me gusta vagar por los lugares cotidianos
y saborear a la gente
desde cierta distancia.
no los quiero demasiado cerca
porque es cuando el desgaste comienza. Pero en los supermercados
las lavanderías
los cafés
las esquinas
las paradas de autobús
los restaurantes
los kioscos
puedo mirar sus cuerpos
y sus caras
y su ropa
la manera en que caminan
o se paran
o lo uqe estén haciendo.
soy como un aparto de rayos-x
me gustan así
a la vista.
imagino las mejores cosas
sobre ellos.
los imagino bravos y locos
los imagino bellos.
me gusta vagar por los lugares cotidianos.
Siento pena por todos nosotros o felicidad
por todos nosotros
Atrapados vivos y juntos
y torpes por eso.

no hay nada mejor que nuestros
chistes
que nuestra seriedad
que nuestra estupidez
comprando medias y zanahorias y chicles
y revistas
comparando control de natalidad
caramelos
spray
y papel higiénico.

deberíamos hacer una gran fogata
deberíamos felicitarnos por nuestra
resistencia.

hacemos largas colas
caminamos
esperamos.

me gusta vagar por los lugares cotidianos
la gente se explica sola
y yo hago lo mismo

una mujer a las 3:35 de la tarde
pesando uvas púrpuras en una balanza
mirando la balanza muy
seriamente
ella tiene un vestido simple, verde
con un diseño de flores blancas
agarra las uvas
y las pone con cuidado dentro de una bolsa
de papel

eso es luz suficiente

los generales y los doctores pueden matarnos
pero nosotros
hemos ganado.

Charles Bukowski

gracias J.

martes, 26 de enero de 2010

Innocent?

lunes, 25 de enero de 2010

de rally por la vida

Es sorprendente que no encuentre nada nuevo últimamente, que solo me distraiga con los mismos fallos del sistema de siempre.
Perder el tiempo siempre fue una de mis habilidades, necesito el estatismo que se me escapa, mientras me fugo a la velocidad de la luz de todas mis ideas temerarias. Quiero parar.
Casi un cuarto de siglo de exigencias, de líneas rectas de las que no bajarse, confié demasiado en ellas... ahora solo pienso en derrapar.

viernes, 22 de enero de 2010

where did all the love go?

Vaticino que este tiempo baldío pondrá a cada uno en su lugar, y donde quiera que el amor se haya ido, saldré a buscarlo.
Me pregunto porqué veo huesos donde sólo hay una pantalla y como no soy capaz de atravesar esa fina de membrana que me separa de la dura realidad.
El manual de la perfecta cabrona no dice nada, y pese a todo, existe. O quizá no recuerde que quería decir exactamente con toda esa palabrería barata de límites humanos e inhumanos, con los que pretendía asediar a las mujeres que lo leyeran.
Bah, cosas del directo, la selección de waterpolo no estará a mi servicio hasta que yo no esté al suyo, y no tengo ni siquiera una piscina cerca.
Parece que voy a empezar a despertarme de este escabroso sueño que no me lleva a ninguna parte, llevo demasiado esperando el autobús supuestamente correcto, esperando algo más, malditos seremos los soñadores.

miércoles, 13 de enero de 2010

martes, 5 de enero de 2010

Simplemente, pasa, cada cual encuentra cosas en el camino, hay cosas que ni tu ni yo viviremos, por que no todas las vidas son iguales.
Todo depende de las decisiones, las propias y las ajenas, así que podemos pasarnos toda la vida haciendo puzzles y que nos falten piezas.

domingo, 3 de enero de 2010

La ciudad oriental



Lorenzo Goñi, 1971 - Óleo/lienzo 253 X 334


Cuando duerme la mujer –en este caso se llama Rosalía–, surge en la calígine del sueño una ciudad con minaretes y con cúpulas. ¡Ciudad sagrada y misteriosa, cuajada de pasadizos y ventanas, donde la huella de la mujer se evoca en cada esquina! El sol dora las agujas de sus torres, elevándose en un cielo intemporal. Esta urbe escondida es el refugio de la astuta Scherezada, que subyugara con cuentos al tirano. Miente Rosalía como mentía aquella embaucadora. Tiene que hacerlo porque su vida está en peligro. Rosalía –algunos la llaman Scherezada– duerme sobre colchón de agrestes hierbas, bajo la centinela de langostas que son el espíritu del sueño. El sereno latido de su pecho acompasa su inconsciencia. Se alejó de la casa. Buscó para desperezarse un lugar tibio de fronda en el que desplegar su fantasía. La llaman y no escucha: ¡Rosalía...! ¿Dónde se esconde esta muchacha? ¡Rosalía...! Las voces se difuminan en la tarde. Toma cuerpo la ciudad que pronto se llenará de pobladores y será escenario de int rigas y pasiones, de amores desdichados que provocarán crueles venganzas. Scherezada –algunos la llaman Rosalía– retomará cada noche ante el califa el hilo incesante de su historia, poblándolo de genios, camelleros, comerciantes, de mágicos ladrones, de alfombras voladoras y traidores de nariz aguileña en los palacios... Esos palacios que ella ha construido y en cuyos patios la risa cantarina de las fuentes se entrevera con el sollozo de los amantes clandestinos sorprendidos en su abrazo. Sale una cimitarra de su funda. Esto Rosalía no lo quiere. Pero su imaginación es tan potente como el río que corre subterráneo bajo el pálido desierto. La arena embeberá en un santiamén la sangre. El alfanje, vestido de rojo, volverá a su embocadura. Rosalía, llegado este punto, se quiere despertar: ha ido muy lejos. Es lo que tienen las ciudades orientales: su seducción y su embrujo cuestan caros. ¿Fracasará donde triunfó la narradora que, después de tantas noches, supo mover el corazón del triste rey? Rosalía se quie re despertar, pero no puede. Ha pasado a habitar en su ciudad. Esa noche, su padre, el visir, la presentará a petición propia al monarca. Es la única que puede frenar la hecatombe de doncellas. Scherezada –Rosalía– se va tranquilizando: conoce los anales del reino, las historias, las leyendas... Uno a uno, los irá desgranando ante el sultán. Tan sólo habrá de sondear su ánimo para escoger la narración idónea. Espiará la mínima impaciencia para adornar de portentos el relato. El ánima sombría de ese hombre, cuya crueldad diezma de vírgenes el reino, se saciará de maravillas. Sentada en la alfombra ante el monarca, abre la mujer sus labios. "Había un mercader en un país, en otros tiempos..." Rosalía –Scherezada– ha pasado a vivir siempre en su sueño.



Uno de mis cuadros y mis cuentos favoritos, y encima con mi nombre...